Desde
lo alto el sol valiente había disipado todas las sombras, por las
laderas resbalaba el verde y en las aguas del río los salmones daban
saltos de fertilidad. Una montaña
arbolada atravesaba el paisaje que quedaba rematado por un valle
lejano, cerrado, sin salida. Algunas vacas pacían en unos prados
protegidas por unas vallas de madera. Nada ni nadie hubiera podido
romper aquella imagen preñada de un tal equilibrio.
Sin
embargo, de una manera insultante, inopinada, el cadáver yacía
encima de la alfombra con los ojos abiertos, desangrándose por el
orificio de la sien, justo debajo de la pintura.