La moda de la Selva Negra

18.6.17

EN LA CIMA

La tormenta ha arreciado, el viento es manso. Sabe que está allí, cerca de la cornisa, quizá en el precipicio. Asciende con dificultad, la respiración forzada, el corazón desbocado. Siempre detrás de él, desde la infancia. Mayor que él, tres minutos, ciento ochenta segundos, una eternidad. Eran como dos gotas de agua, pero su hermano era intrépido y él un gallina. Y, sin embargo, esa necesidad de demostrarle que él también podía. Como aquella vez, la última, hace diez veranos. Mano a mano. Caminaban a la par. De golpe, el esprint del otro, solo; dejándole atrás con su cobardía. Y luego, durante horas el silencio hiriente de la nada. Ni rastros, ni huellas. La voz de un sherpa le devuelve al ahora. Dice que lo acaban de encontrar, vestido de nieve perpetua y de azul, con las botas puestas, el cuerpo en ovillo. Le mira a la cara, joven, sin arrugas. Su gemelo, pero ya no son idénticos, ni llevan las mismas ropas. Antes de llorar esboza una suave sonrisa. Ahora es él el más viejo, el que tiene surcos en la frente, el que lleva las riendas.

#palabrasalviento

Texto para el concurso Relatos de viento de Zenda e Iberdrola

16.6.17

ESCONDITE


Parece que sea el viento el que mueva la hierba, mecida con suavidad y doble vaivén; que los animalitos, que la observan con ojos húmedos, rompan el agua a cámara lenta, en una delicadeza muda, libre de chillidos y amenazas. El cuerpo desbaratado, acomodado sin orden ni concierto, yace entre corales rotos. Él la busca allí arriba. Enronquece de tantos gritos; lleno de ira registra la bodega, mira en el puente, a babor, a estribor. Pero esta vez se ha ocultado bien, para que él no la encuentre. Lleva al cuello un collar de soga, de una sola piedra. La cabellera rubia sedosa ondea al alimón con la melena de una medusa. Unos hipocampos le hacen un carrusel.

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Texto para el concurso Relatos de viento de Zenda e Iberdrola

14.6.17

Anatomía del viento



Si observásemos desde arriba, a través del vórtice encontraríamos con la mirada a Tránsito; veríamos cómo prepara la comida para su hijo Gregal,
que estará a punto de salir de la escuela. Sabríamos que Ceferino, el abuelo sentado en un banco del parque, no para de dar cabezadas, algo aburrido porque su mejor amigo hoy no ha ido a pasar la tarde con él. Descubriríamos la espléndida cosecha de un campesino satisfecho, expuesta en un surco de su huerta para admiración de los vecinos. Seguiríamos curiosos con los ojos los paseos que da, de una nube a otra, la más anciana del lugar. Y si estamos atentos, nos percataremos de que, cada dos horas, se oye la campana lejana de la ermita que convoca a los residentes en el huracán a hacer sitio porque ya están a punto de entrarle por el ojo, cargados con todos sus enseres, los próximos moradores.


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Texto para el concurso de Relatos de viento de Zenda e Iberdrola