La moda de la Selva Negra

7.11.18

Un lugar en las sombras


A Delia le gustaba mucho morirse. Lo hacía a diario. La enterraran o no se dirigía sin pereza al Panteón Civil de Dolores en México. A veces con comitiva, acompañada de plañideras que al final casi nunca tenían ni tiempo de llorarla lo suficiente porque en lo más inesperado empezaba la fiesta. Siempre de noche, rasgando las tinieblas; antes de liarse con el jolgorio dejaban que de día, con la luz, vinieran las viudas a lamentar la pérdida de sus coroneles. Nada más llegar el crepúsculo salían los eternos de sus mausoleos, colocaban sus sillas en el umbral y con jaranas, ukeleles, viandas imperecederas y eau de vie desafiaban la ley de la gravedad de las cosas. Se abandonaban a los juegos con astrágalos, ofrecían a los que se extraviaban en el camposanto oráculos de huesos, bisutería de cuerno y uñas, talleres para hacer mezcal con alacrán. Un lunes húmedo y gris se le pasó la hora del retorno, abandonada a los placeres del más allá, enzarzada en una partida de tabas. No le dio importancia y pernoctó en un caja de madera de cedro que estaba medio abierta, al lado de un ingeniero de buen ver. Decidió que, como nadie la esperaba no era necesario volver y se quedó para siempre. Así, sin notar apenas el paso a otro estado.

Texto presentado en el concurso de historias del Día de Muertos convocado por Zenda.