La moda de la Selva Negra

30.9.12


Lindos gatitos

El viejecito era adorable. Las madres no tenían ningún reparo en dejar a sus tiernos retoños en la cercanía del anciano. Llegaba por las mañanas cargado de cartones de leche, se sentaba en el banco más cercano al estanque y antes de dedicarse a su tarea cotidiana, echaba una cabezadita. Al levantarse atraía a los gatos que merodeaban a bandadas y les iba llenando los cacharritos para que bebieran. Se granjeaba con el gesto la simpatía y el respeto de los paseantes. Los gatos enfermaban días más tarde. Y morían en sus guaridas, lejos del parque.

18.9.12


Terapia del dolor

Fue alrededor de esta casa, que ahora está sorda, y preñada de secretos abominables. Recuerdo un sol ardiente que me quemaba la piel en las tardes de estío, cuando jugaba con mis hermanos a las canicas. Veladas interminables de risas alborotadas con mis padres. Los besos inocentes con mis primeros novios, a hurtadillas. Las aceras amables, sin peligro. Vivía en un cuerpo tibio, de cervatillo, al que le sobra corazón. Esperaba impaciente las manos que entendieran mi idioma. Aquellos días felices. Y, sin embargo, son recuerdos prestados, usurpados de la memoria de otros. Reinventados y sin pátina. Para no sufrir.  

13.9.12

UNO

Añil hizo llegar los azulejos por el valle, camuflados en las alforjas de las mulas. Cuando llegaban al pie del edificio obligaba a los hombres a salir del pueblo con los ojos vendados, diseminados y en múltiples direcciones, para que no pudieran recordar el lugar. Los albañiles trabajaban de noche, a la tímida luz de la luna y después de dos días de labor, eran sustituidos por otros, que también venían de lejos. Pasaron algunos meses y la obra quedó terminada. Añil cerró por dentro la modesta casa, a cal y canto. Y tiró la llave en el pozo que se encontraba en el centro del patio. Al lado, se elevaba el complicado laber into vertical de baldosas índigo. Subió los peldaños empinados de la fantástica construcción. En una última inclinación alargó las manos. Introdujo sus dedos huesudos en lo denso de la bóveda celeste y acabó fundiéndose con el azul, tan profundo como el del mar.



Texto con el que participé en agosto en el concurso mensual de  
http://estanochetecuento.blogspot.de/