La moda de la Selva Negra

20.1.13

Emigrantes, I Carrera Verde



Las dulces palabras de mamá provocaron más bien malestar. Nadie quería caer en una melancolía blanda que impidiese actuar rápido. La nave provista de lo únicamente imprescindible, nos esperaba en la parte baja de la colina. Toda la familia subió sin vacilar aunque, con la mirada húmeda, aún nos dio tiempo de echar una ojeada, por el rabillo del ojo y ver todos aquellos cráteres vacíos. La amenaza de erupción era inminente y decidimos irnos para siempre. Desde arriba todo lo que había sido cercano y conocido convergía en un sólo punto, que acabó desapareciendo. El viaje fue eterno y dormimos durante años. Despertamos más viejos pero con la esperanza de encontrar un nuevo hogar. Las coordenadas coincidían y el punto de llegada era exacto, el aterrizaje también. Poco después tomaron tierra miles de los nuestros. El paisaje era desolador, el planeta no era tan bello como el que habíamos abandonado, las montañas de basuras se amontonaban y el grado de radioactividad y contaminación era muy elevado. Las aguas de ríos y mares otrora seguramente claras se movían lentas y sucias. Supusimos que los habitantes habían perecido por esas causas. Estudiamos sus técnicas de construcción. Algunos edificios llamaron nuestra atención. Pirámides misteriosas en terreno desértico, una larga muralla que pudimos ver desde el espacio antes de llegar, una torre inclinada, que luchaba contra la fuerza de la gravedad. Extrañas formas de vivir que no íbamos a retomar. Todo estaba por hacer pero teníamos el ímpetu y la fuerza. Nos movía la ilusión y el instinto de supervivencia. 

Tomo el testigo de Ana Crespo  con su frase: las dulces palabras de mamá y finalizo así la I Carrera Verde de los Repollos. Según una brillante y entretenida iniciativa de nuestra querida amiga Luisa Hurtado.

14.1.13



Afuera
La invitación descansa encima de la cama. Quedan horas para la fiesta pero ya ha elegido la ropa. Se viste despacio, con la seguridad de que hoy sí lo conseguirá. Enfunda las medias y se pone los zapatos casi nuevos. Pero el corazón le palpita y la ansiedad la saquea. Se estira sobre el sofá. El calor empieza a apretarle el cuello. Entorna la ventana en busca de aire fresco. Recobra fuerzas, se siente mejor y se dirige a la puerta del piso. Abre tímidamente, mira el rellano vacío y hostil. Cierra y atranca. Esta vez, como siempre, tampoco saldrá.