La moda de la Selva Negra

18.6.12


Bricolaje

No se interesaba por el arte. El cuadro era un regalo de Julia y, por deferencia, decidió colgarlo en el comedor, junto al espejo. La imagen, un paisaje marítimo, era sugerente y no ponía a prueba ninguna capacidad cognitiva especial. Era una mar apacible, rematado por un navío a la antigua usanza, de grandes mástiles y blancas velas. Quedó contenta de la eficacia del martillo y de la obediencia de los clavos, que quedaron prisioneros en la pared.
Por la noche se despertó por la insistencia de un goteo molesto. Pensó enseguida en el grifo de la cocina, que ya había vendido su alma metálica al diablo. Pero el fregadero estaba seco. Se fue de nuevo a la cama, convencida de que se trataba de un delirio nocturno. 
Pronto volvió a abrir los ojos porque el incidente se reanudó. Al poner los pies en el suelo dio un respingo. La habitación estaba ya inundada y el agua le cubría las rodillas. Atormentada por un mal augurio, se acordó del cuadro. Fue hasta el comedor, sorteando algunos enseres que habían cobrado vida propia y flotaban juguetones en el acuario improvisado. El cuadro ladeado perdía agua por una esquina y el barco zozobraba. La situación le parecía absurda y nunca en su vida había oído una historia semejante. Quedó queda y vacía. Al poco, creyó oír voces lejanas que, a juzgar por la dirección, sólo podían provenir de la pintura. Unos marinos desencajados, proferían insultos. Uno de ellos, erigido en líder del grupo, le gritó desde el bote salvavidas: -¡Mira que eres inútil! ¡Tampoco es tan difícil clavar una tachuela en la pared!



 

12.6.12


Fugas

Los niños llegaron un día como hoy, hace tres años. Tan bonitos, tan iguales. El pelo negro, la tez oscura. La mirada perdida que atribuí a un primer extravío. Les dimos cariño, envuelto en el pan del desayuno, y dulzura, mezclada con el jarabe de la tos. Las nenas compartieron con ellos la habitación y los mimos. Sin embargo, en los sueños de la noche les oigo bañarse, a escondidas, en el agua de los monzones, retozando con los tigres de Bengala. Cuchichean y se dejan decir que son más bellos que Abelardo, el gato manso que tenemos en casa.

7.6.12


Sakura

Cuando pudo por fin hacer las primeras salidas la primavera ya estaba muy avanzada. La vi escudriñando el campo a la búsqueda, en vano, de alguna florecilla. Macilenta y defraudada volvía a casa exhausta.
Un día saqué del bolsillo los billetes y se los puse encima de la almohada. Sus ojos tristes se espabilaron por unos segundos y agradecida me abrazó sin hablar.
El viaje fue oneroso, no hizo más que vomitar. En Tokio los cerezos ya no tenían flores y nos aconsejaron ir a Hokkaido, mil kilómetros más al norte. Al llegar ya no tenía fuerza para dar un paso, no comió nada durante tres días. Desde la ventana del hotel divisé una montaña cubierta de un manto rosado y se lo quisé enseñar. Me pareció que su último gesto fue una leve sonrisa. Aunque no sé si llegó a ver la colina florecida.


Con este texto participé en el concurso de esta noche te cuento del mes de mayo. Sin éxito pero con placer. La convocatoria es mensual y podéis enviarles vuestras propuestas.