31.7.17
La mar de bien
La sacaron a la fuerza. Se agarraba de las cañas que hacían de paredes en la barraca. El entramado se vino abajo en segundos. Aún vio las llamas, masticadoras voraces de sus pocas pertenencias. De madrugada bajaron desde Los Llanos hasta Santa Cruz a fuerza de baquetazos y saltos inopinados de la maltrecha tartana. Por el camino mientras conducía, su hija la consolaba e intentaba convencerla de que abajo, la brisa marítima le sentaría bien. Quería gritarle que ya era hora que viera el océano de cerca, que se metiera en el agua aunque solo fuera en la orilla; pero callaba por no hacerla rabiar aún más. Una vez llegaron a la costa, en el piso, se encerró en la habitación y había que llevarle la comida porque se negaba a salir al comedor. Pasaron así varias semanas. Poco a poco se aventuraba a ver el resto del apartamento, sobre todo cuando no había nadie en casa. Un día abrió la ventana del desván. La violencia reconfortante del azul se encabritó en su mirada, las gaviotas chillaron en sus oídos en todos los idiomas, el sol abofeteaba su piel. Nunca antes había visto las olas de cerca. Abrió puertas e hizo corriente, salió al jardín, quitó el pestillo de la cancela y bebió el aire; se llegó después hasta la arena negra de la playa. Hundió los pies en la tierra caliente y buscó más tarde un lugar a la sombra. Allí descubrió una mata de espadañas y un corro de varas de bambú. Se le pasó por la cabeza lo de una choza. Trenzó y espetó durante horas. Apretaba los dientes, juró y perjuró que de allí nadie se la volvería a llevar.
#UnMarDeHistorias
Texto para el concurso de Zenda e Iberdrola "Un mar de historias"
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