La tormenta ha arreciado, el viento es manso. Sabe que está allí, cerca de la cornisa, quizá en el precipicio. Asciende con dificultad, la respiración forzada, el corazón desbocado. Siempre detrás de él, desde la infancia. Mayor que él, tres minutos, ciento ochenta segundos, una eternidad. Eran como dos gotas de agua, pero su hermano era intrépido y él un gallina. Y, sin embargo, esa necesidad de demostrarle que él también podía. Como aquella vez, la última, hace diez veranos. Mano a mano. Caminaban a la par. De golpe, el esprint del otro, solo; dejándole atrás con su cobardía. Y luego, durante horas el silencio hiriente de la nada. Ni rastros, ni huellas. La voz de un sherpa le devuelve al ahora. Dice que lo acaban de encontrar, vestido de nieve perpetua y de azul, con las botas puestas, el cuerpo en ovillo. Le mira a la cara, joven, sin arrugas. Su gemelo, pero ya no son idénticos, ni llevan las mismas ropas. Antes de llorar esboza una suave sonrisa. Ahora es él el más viejo, el que tiene surcos en la frente, el que lleva las riendas.
#palabrasalviento
Texto para el concurso Relatos de viento de Zenda e Iberdrola
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