Los
participantes se estrujan en el punto de salida. Esperan pacientes o
con tembleque, según el talante del deportista, el pistoletazo para
la carrera. A una, corren desbocados. Los más atléticos se pavonean
convencidos de su éxito, los ancianos sacan fuerzas de flaqueza,
seguros de que lo importante es concursar y los adolescentes sueñan
con una primera victoria en la vida. El sol les fustiga con azotes de
calor. Lipotimias, esguinces, desmayos intencionados, dejan a los
primeros fuera de la competición. Los que quedan luchan con denuedo.
Se suceden los abandonos. Sensación de fracaso, derrotas y heridas
abiertas en el orgullo. En los últimos kilómetros del maratón la
tortuga en la pista avanza a marchas forzadas con lentitud. Le sigue
unos metros por detrás un hombre jadeante pero de pies ligeros. Los
demás corredores o, bien han dejado el maratón o, bien se refugian
en la lontananza retrasada de un polvoroso pelotón. Aquiles, con
rostro ensombrecido, acusa cansancio. Al fin y al cabo, tiene que
aceptar que el quelonio cruzará inexorable la línea de la meta, con
ventaja infinitesimal, dejándole en ridículo y, lo que más le
duele, tendrá que darle la razón a Zenón, el de Elea.
¡Qué bueno, Mei! Perfecta amalgama de intertextualidad.
ResponderEliminarUn abrazo.
Prudente la tortuga logra arrancar una victoria a la prisa.
ResponderEliminarSaludos
es como una fábula de las que leia
ResponderEliminarAplauso
Mei, un micro muy deportivo y que conjuga la historia con la realidad. Hoy en día las maratones se han convertido en una fiesta al mismo tiempo que en una batalla entre los corredores más avanzados. Y como cualquier largo trayecto, lo importante no es la velocidad de salida sino el ritmo que te ayude a llegar a la meta.
ResponderEliminarMuy buena cadencia.
Besos.
Ahora que he decidido salir a correr no me importaría participar en esta carrera de fábula de Esopo.
ResponderEliminarUn beso!