Herencia
Sí
que hablaba. Con el personal, con los médicos y los otros
residentes. Pero en cuanto ella venía, se empecinaba en un mutismo
terco. Bajaba la cabeza y así hacía transcurrir el tiempo. Sumida
en un letargo premeditado, dejaba que su hija se desesperara,
interrumpiera la visita y se fuera llorando. La anciana se dirigía
después al salón de juegos y abandonaba su silencio para cantar
bingo y disfrutar. La hija estaba convencida de que su madre, hundida
en aquella tristeza, moriría pronto y ella se quedaría con todo.
Pero la mujer ya hacía tiempo que había cambiado el testamento.
Mei, me gustan estas historias en el que se cambia el orden de lo establecido, que la apariencia engaña. Y es que la hija no debe ser digna del dinero de esa madre.
ResponderEliminarUn abrazo.
No se qué le habrá hecho la hija, pero la madre también tiene su genio. Tal parece que todos los problemas son: de tal palo tal astilla,........... pero vete a saber.
ResponderEliminarEn cualquier caso me gusta que la anciana se lo pase bien y tenga criterio, esté equivocada o no.
Pues si la anciana cambió el testamento y le gusta jugar al bingo ¡óle y requeteole!. Ya basta de acciones interesadas de familiares que dicen "hacer el bien".
ResponderEliminarMe quedo con la anciana ¡que me gusta más!.
Buen micro para reflexionar un poquito.
Besos desde mis palabras Mei.
Siempre defiendo que -incluso muy tarde- siempre es vueno descubrir quiénes son, de verdad, aquellos que nos rodean.
ResponderEliminarBuen tratamiento de la venganza y la justicia, Mei, muy bueno.
Abrazos.
Uff, triste venganza. Al aclarar el pensamiento de la hija nos ponemos de parte de la madre.
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