Recordó rauda la avenida, el chaflán chato donde jugaba a la comba, los jardines del primer beso, la acacia, herida de navaja, por un corazón partido. Reconoció al instante el edificio, la portería, la escalera de caracol destartalada, el rellano, la mirilla, las muescas de inquina en la puerta maciza, el timbre descascarillado. Sonó, abrieron, dieron un respingo, recularon, arquearon las cejas, cerraron. Y ella, como un pasmarote, a la espera de una palabra redentora, aunque fuera pasada de fecha. Transcurrió una eternidad en dos minutos. Con aquel anhelo antiguo en el bolsillo, quebrado en añicos, dio después media vuelta.
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Seguramente hay oro en tus palabras