En
Sagarmatha
Se
echó la noche encima, Edmund Hillary no podía dar ni un paso más.
Norgay, diligente, montó la tienda para poder dormir. En mitad del
sueño
oyeron un ruido. Acostumbrados al zumbido del viento, a las esquilas
de los yaks, aquello les pareció diferente.
De
las nieves perpetuas surgió una figura de altura mayúscula. Un
hombre peludo, desvalido se acercó a ellos. Rompió a llorar. -Mi
mujer me ha abandonado. Somos los últimos de nuestra especie.
Le
alimentaron y le dejaron calentarse. No supieron consolarle, pero
para evitar males mayores, no mencionaron nunca a nadie el encuentro
con el yeti.
Pobre yeti. Así que era eso.
ResponderEliminarGran generosidad y sensibilidad por parte de los expedicionarios, eso también.
Me gustó y me pareció sugerente.
Abrazos
Lo de la generosidad casi impensable verdad?
ResponderEliminarSaludos en deshielo
Qué dulce y tierna esta historia. Pienso también en los pobres hombres y cómo pensaban en consolar al Yeti. Dos palabras: ME-ENCANTÓ. Saludos!
ResponderEliminarHola Melvin
ResponderEliminarMuchas gracias por tu capacidad de emocionarte
Saludos cálidos
Enternecedor ese Yeti llorando porque su mujer le ha abandonado, Mei.
ResponderEliminarAbrazos.
PD. No sé por qué en mi enlace dice que tu última entrada fue hace tres meses...
Miguel Angel, gracias por tu comentario.
EliminarEn cuanto al enlace, no sé muy bien qué decirte. El mundo virtual es muy resbaladizo. Espero que eso no te impida de vez en cuando de pasarte por aquí.
Muchos saludos.