La moda de la Selva Negra

27.9.11

La intrusa



A las nueve menos cuarto la soledad entró en mi casa. Subió sigilosa por la escalera del jardín. El fuego de la chimenea chisporreteaba temeroso de la intrusa. Se instaló desenvuelta, sin complejos, como acostumbrada a estos sillones raídos, a mis discos de jazz. Le hablé decidida, firme en mi resolución de estar sola. Pero insistió en quedarse. Me pidió sábanas limpias y una cena rápida, nada complicado.
A eso de las once se ,e entumecieron los pies y quise echarla de casa, pero no me atreví. Inquisidora y arrogante, ocupó mi cama. Compartí la noche con ella. Su presencia me desveló y con las primeras luces los ojos se me llenaron de neblina. La habitación pesaba toneladas de angustia.
A la mañana siguiente pensé que se habría ido porque la casa gritaba de sol. Allí estaba, al lado de la cortina, se giró lentamente y me hirió la garganta. Le anuncié que nada más había sitio para una de las dos. Se alargó tocándome con sus bordes y comprendí que me quería ahogar con sus brazos viscosos. Retrocedí unos pasos, abatida y petrificada por la desazón, me traduje en un rictus de impotencia, de dejar que me saqueara.
Aferrándome a las esquinas de los objetos me acerqué al sofá. Me estiré, el brazo y la pierna izquierda colgaban como los miembros de una marioneta. Supe que ella aprovecharía mi postura para despojarme de lo que yo era. Se encaramó en mis pies, y subía y subía, sin tregua hasta invadirme toda. Los somníferos uno a uno y sin agua recorrían mi garganta hasta ganar el abismo. Me quedé quieta a esperar la muerte. Ella había ganado la batalla.

Publicado en Nubes de Papel, libro recopilatorio del I Certamen Nacional de relatos ultra cortos. Edición Ex Libris.

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