4.8.11
Esas vacaciones
Me quedé aquí en Friburgo. Pero a veces cabe preguntarse por qué habría que irse. Aunque si me lo pienso la ciudad está rara. A los que veo por la calle no les conozco. Son turistas. Catalanes, japoneses, americanos que con sus flashes le van quitando a la ciudad cada vez más un trocito del alma.
No hay color
La cuchilla amenazante se
dirige hacia el brazo, pero la tentación está en la
muñeca. Y ávida, asesina, corta la piel fina y
transparente que nunca había conseguido disimular un haz de
venas insultantemente azules.
Basta un corte decidido
para invocar el milagro. Y viene. Relamiéndose, serpenteante,
carmesí, quemando. Esa aterciopelada despedida de la vida.
En el comedor yacen sin
vida unos cuadros recien apuñalados. En el contestador anida
un mensaje: „Su arte no es vendible. Esos colores no dicen nada.“
Dulce baño de
sangre.
Un sol decidido dispara
con acierto a las baldosas del lavabo. La luz se rompe en añicos.
Sol y sangre sobre blanco cegador. Un violento, orgiástico
encuentro.
En la inundación de
luz la última mirada antes de la muerte descubre con
desesperación los tonos durante tantos años deseados.
La caída de la tarde se los lleva. El gris se arrastra
traicionero. El negro lo desbanca. La oscuridad reina pero la muerte
no tiene color.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)